Mi historia es extensa, marcada por la lucha, el sufrimiento y, sobre todo, el amor inquebrantable. Me considero una sobreviviente porque así lo proclamé en mi enfrentamiento contra el cáncer. A lo largo de ese proceso, experimenté la pérdida de todo: mi empleo, amistades y hasta mi hogar. Sin embargo, en medio de las adversidades, conservo lo más valioso que poseo: mis hijos y mi determinación de vivir cada día con gratitud. Tengo 44 años, soy nicaragüense, y he vivido durante 25 años en este país que se ha convertido en mi segundo hogar.

La tragedia de perder a mi madre cuando apenas tenía 9 años dejó una marca indeleble en mi vida. Ella también sucumbió ante el cáncer, esa enfermedad que se la llevó de nuestro lado. En aquel entonces, éramos inocentes e ignorantes, incapaces de comprender cómo enfrentar semejante adversidad. Hoy, a pesar de todo, sigo librando una batalla contra la enfermedad. La pérdida de mi hogar, mi refugio, ha actuado como un mensaje poderoso: no rendirse jamás, cerrar capítulos y avanzar. La vida me ha enseñado que cosas mejores están en camino y que lo material no define la esencia de nuestra existencia.

Desde mi infancia, he debido sobreponerme a los desafíos con honestidad, valores arraigados y un compromiso inquebrantable. Me enorgullece ser una madre ejemplar, una dedicada trabajadora y mantener mis pies firmes sobre la tierra. Agradezco profundamente cada experiencia que la vida me ha brindado, incluso las más difíciles, porque me han forjado en quien soy hoy ✨.